Conocí a J hace 14
años, cuando comenzaba el siglo XXI. Se trató para mí de un joven talentoso que
amaba la plástica y la arquitectura. Fue esto, algo que fui aprendiendo de
él poco a poco. Pero J no se reducía a un mundo de visiones, colores, formas y
espacio. Me impresionó su capacidad para ir más allá y adentrarse en el mundo
de los hombres medicina, los curanderos o curiosos, llamados en el norte de
Asia, chamanes; de la poesía peruana y universal, de la música en varias
versiones y corrientes, de las mitologías y tradiciones de culturas
ancestrales. Además J tiene la virtud de ser una persona dialogante, con un
agudo sentido crítico. Como todo artista. Todo lo que he conversado con él ha
pasado por el filtro de temas que lo obsesionan a mí tanto como a él: la
antropología, la historia y la filosofía, que eran temas míos, los hacía suyos
naturalmente y los complementaba haciendo uso de dones de comprensión y de
comunicación, extraordinarios. Por lo tanto J es un hombre polifacético y se
nutre de diversos ámbitos de la realidad, así como, por ejemplo, es además
amante del teatro. Todas estas aficiones y capacidades, pasiones y artes que
recorren su mente y su sangre, se las he conocido por compartir con él la
conversación.
Pero hoy día J nos
convoca con aquella que es su pasión, la plástica, el universo de la belleza de
imágenes y colores, atraída, organizada desde el inconsciente onírico. La
pintura de J es la expresión de una subjetividad ancestral, de una cosmovisión
mágica. Sería inútil mirar los cuadros de J para no darse cuenta que la
mística, en su forma auroral, original, apareciendo ante nuestros ojos como un
elemento esencial de la construcción de nuestra identidad como herederos de un pasado,
ésa mística que se ve opuesta a la conquista, a la consigna de que se nos torno
el reinar en vasallaje, es la forma que tiene J de experimentar el mundo. J
vivencia el atavismo y sumergido en la breve modernidad, intenta plasmar a
través de técnicas modernas la imagen que vive dentro suyo, la del mundo en su
forma primigenia, cuando los poderes del hombre eran un mero subconjunto de los
poderes de la naturaleza y no existían límites para propiciarla, obteniendo
dones: comida, regalos, fiestas, una vida larga, conocimiento. El hombre y la
naturaleza eran uno.
Por eso J proviene
de una vivencia particular de lo sagrado que no tiene mucho que ver con la
espiritualidad católica, que en mí era predominante. La vivencia de un mundo
mítico mágico.
Aclarado esto,
pasamos a entendernos con el aspecto formal de la obra de JJ Mejía. Juan usa el
acrílico, el óleo, el lápiz, el crayón, la acuarela para crear un mundo de
imágenes abstracto figurativas que impresionan porque en apariencia están
inacabadas pero que si se observan detenidamente poseen compleción, está ahí el
espacio, la forma, el color, rostros, espirales, ojos, animales que tienen la
fortaleza y la astucia del hombre conectado con el espíritu, como el caballo,
las aves, los felinos, pero también los seres vegetales. Dicha apariencia de no
ser acabada, de tener líneas de apertura, vacíos, sombras, colores opacos,
difuminamiento, constituye su deuda con el actionpaiting de Pollock. El
resultado es la sensación de inocencia, como carencia de angustia, como ludicidad,
entendida además en su sentido de lusion, como burla o engaño. J es un niño
pintor, alguien que se abstrae de la cotidianidad para entregarse al goce puro
de la actividad artística, un creador con sueños, cuentos y habilidades que
necesita ver realizado el mundo del lenguaje poético y musical de la mitología,
antes de ser el adulto responsable, el ciudadano.
Para J, los
materiales son un medio para que el hombre se exprese con la pìntura. Con ellos
hace nacer figuras de un fondo de color indiferenciado que puede ser azul,
rojo, anaranjado, blanco, negro, y que se resuelven en figuras que evocan a los
seres oníricos de Tilsa Tsuchiya, los que en esta oportunidad llamaré los
arquetipos del inconsciente. Las manchas de J son sensaciones abiertas a la
percepción, a mi modo de ver, son pulsiones del destino suspendido de los seres
infantiles, que pueden vivir durante un tiempo, como parte de la realidad
objetiva; sus figuras humanas, generalmente rostros insinuados sobre el
trasfondo cromático, también representan está inocencia que vincula a J con el
arte Naif.
J reduce las
estructuras de la forma pictórica a elementos simbólicos suspendidos en el
espacio sin completar de los sueños y la fantasía. Los ambientes de J son
totalmente imaginarios, son otra realidad, otra posibilidad del ser. Una de las
pasiones de J, es explorar el mundo de los alucinógenos como el ayahuasca, los
hongos, por sí mismo, no porque considera que debe buscar una evasión, sino
porque busca la verdad que está en lo profundo, lejos de la forma superficial
de la materia y de la energía. El universo de J se prolonga a través de formas
perfectas, en el sentido de que no muestran discontinuidades perceptivas a
pesar de ser expresionistas y fragmentadas. Una de estas formas en la pictórica
de J es la espiral o la ola en bucle. Cuántas evocaciones trae esa simple
figura: la arquitectura y la iconografía mochica, la entrada a otro mundo, el
infinito. Para J, la espiral es una imagen natural del crecimiento espiritual,
de la deificación o santificación de la vida y se halla unida al misterio de la
muerte.
En el cuadro Los
dioses ocultos se puede observar el no juego, el no burlarse, como disfraz,
como acción de contemplar la paz elemental en el espacio donde se esconden los
dioses. Los dioses duermen en el seno de la tierra y en los confines del cielo
donde no brillan las estrellas, en un espacio mixto. En el centro del cuadro
hay un Xochimilco silencioso, que no muestra su rostro, y es pequeño, solamente
es un apéndice de la roca primordial bajo la abovedada cueva celestial donde
los dioses descansan olvidados. Otros trazos sugerentes pueblan débilmente la
cueva, y aparecen sombras animadas proyectadas por la luz que proviene de la
espiral.
En Sueño del niño
sobre el caballo, los ojos tienen un rol preponderante. J propone en este
cuadro el poder de la mirada onírica, que es un poder justiciero. Mientras el
niño aparece ante el destino infinito del aquí y del ahora, el caballo parece
el cómplice ideal de toda la escena y su mirada es inquisitiva y graciosa. Preguntar y aceptar la respuesta son formas
en las que procede la justicia, pero también el sueño. En los sueños siempre
hay como un acertijo que debe ser resuelto. Para J, es claro que los sueños son
una manera de compartir la vida de otras personas.
Sin embargo,
habíamos mencionado antes la etimología de ilusión. El sentido de esta palabra
es mofarse de algo o alguien. Para J pareciera que la pintura y la vida son
algo irreal, una idea, un engaño. Que el color está pero no está, que la forma
está pero no está. Una idea falsa, por ejemplo, del amor, consiste en todos los
autengaños en las relaciones. La idea falsa en los colores de J, es que la
verdad aparece dentro de la silenciosa sombra o de la encendida luz como
renacimiento de la vida vegetal y animal y muerte del ser, androginia esencial
del niño que atraviesa una fase de latencia, en lenguaje freudiano. Que es
inmanente al arquetipo, que su fundamento es el tiempo cíclico de muerte vida
renacimiento, pasado, presente y futuro. El tiempo en los cuadros de J está
suspendido pero ello no significa que no plasmen el movimiento de los seres
vivientes. Porque en el sueño hay movimiento y si en los sueños se ve
transfigurado el presente y el pasado, puede estar el futuro. Esta fusión del
tiempo, en el pensamiento místico se llama eternidad, el instante que es jamás
de los jamases por siempre. Es una hermosa metáfora de la supervivencia. Borges
transmitía en su literatura la idea de Baruch Spinoza, de que todas las cosas
quieren perdurar en su ser. Si poseemos el instante como lo único que poseemos,
poseemos también la eternidad. El infierno es la metáfora de un tiempo de dolor
eterno, en él nos es común el dolor, el error y la tragedia, el exceso. El
querer ir más allá de los dioses y
pensar que se puede romper el retorno de muerte, vida y renacer con la
intromisión del tiempo lineal de la historia de occidente y de la física, y de
la búsqueda de un destino profano, donde quedan relativizadas todas las
categorías de la cosmovisión andinacosteña y la andinoselvática, del hombre
medicina como centro del espíritu, a manos de un sistema de números, de un
mercado cultural que busca funciones, frecuencias, modas, tendencias y
variaciones. Es la elevación de este espíritu que dice no a la racionalidad occidental
invasora, a la conquista, al descubrimiento, a la evangelización y retorna a su
fuente de herbolarios e imágenes. Al vuelo y al trance como vehículo para
unificar y comunicar los mundos del hombre, la pluralidad, todo eso que hace de
nuestro amigo J un ecléctico que recoge elementos de varios saberes y técnicas,
que rechaza lo formal pero que recrea la forma sometiéndola a una reducción.
Las imágenes de J parecieran que no son tridimensionales, que tuvieran una
consistencia plana. Pero la perspectiva en J se esconde en los elementos mismos
abstractos y figurativos del cuadro, expresando una contextura inflada a
algunas de sus formas, la obsesión por los ojos, que tienen el carácter
globular, se ve aquí funcional a fundar la perspectiva de los cuadros de J, que
se centra en un fragmento del cuadro, no en el espacio áureo de la geometría
euclidea.. Estas podrían ser las características del estilo de J, de su aporte
concreto a la tradición plástica lambayecana que es joven, porque Chiclayo
tiene una madurez finisecular de data reciente. Pero esta modernidad atravesada
de ideas y sueños, puede acudir a la tradición iconográfica moche y a Tilsa
Tsuchiya, para fusionar una particular versión del sueño, un compromiso para
plasmar expresionistamente, el universo de los arquetipos. Las imágenes míticas
del tiempo cíclico, los dioses.
Que ellos te sean
propicios estimado Juan José, en esta primera individual que ya nos debías hace
tiempo, y en este escrito te agradezco por invitarme a saldar la deuda que
tengo contigo de tener el defecto de la pereza mental y no haber hablado nunca,
como lo debería hacer, por el aprecio que tengo por ti y tu arte. Te agradezco
haberme comunicado tus ideas y tu praxis como artista y cumplo en hacer este
pequeño trabajo para borrar anteriores silencios ante tu forma de iluminar el
arte.
Dioses ocultos; Juan José Mejía