LO
ANORMAL COMO ROMÁNTICO EN LOLITA DE VLADIMIR NABOKOV
Por:
Fernando Odiaga
En el texto titulado, Sobre
un libro llamado Lolita, que a manera de epílogo forma parte de la edición que
guió el presente comentario, Nabokov nos da las claves de la historia íntima de
la novela Lolita y nos ayuda a entender sutilmente que en su obra hay un sesgo
freudiano, el cual en realidad, es mencionado solamente de pasada. Nabokov habla
de: ´´mi vieja amistad con el vuduismo freudiano´´ en el contexto de un
recuento de las reacciones que tuvo la novela Lolita entre los críticos
lectores. Pero ahondando más en estos indicios de la presencia de un
padecimiento clínico psicopatológico en el personaje Humbert Humbert, delineado
como efecto de la comprensión sicoanalítica del Nabokov narrador, hallamos que
en este aspecto la obra cumple al detalle la personificación matemática de la
conducta del abusador infantil.
La obra misma Lolita es un quiebre
de la percepción moral en occidente moderno, ante los avances y retrocesos del
pudor entre las mujeres jóvenes y a la par la liberación sexual de los adultos,
ambas definen un tiempo que excluye del juego a los menores, quienes
paradójicamente pasan a ser contemplados cada vez más como sujetos de protección,
tutela, modelamiento y formación inducidas, retrasando cuanto se pueda su
necesario despertar. En sociedades más tradicionales como las latinoamericanas,
tal retraso es evidente y fruto de muchas confusiones, incubada entre muy
cosmopolitas concepciones del niño como investigador explorador, curioso e
inocente, el ser en formación que descubre nuevos mundos con la imaginación, el
hombre en su estado más próximo a la naturaleza.
El yo del narrador en
primera persona, narrador personaje de Lolita, es un yo irónico, cínico y
corrompido. Pero esto es nada más que la apariencia moral, objetiva de un
hombre abominable que es producto de un despojo existencial. Su infancia misma
y su iniciación, su hallazgo del amor verdadero, son experiencias truncadas. ´´H.H.´´
conoce el amor y la muerte, el dolor y el placer en su continuidad y su
sociedad trágicas, a una edad muy temprana. Por lo tanto, está condenado a
buscar esa destrucción que lo destruyó a él.
Nabokov escribe, en el
prólogo de la edición del El Comercio (colección que se publico el año 2000) lo
siguiente, sobre el personaje de su novela:
´´No tengo la intención de
glorificar a H. H. Sin duda es un hombre abominable, abyecto, un ejemplo
flagrante de lepra moral, una mezcla de ferocidad y jocosidad que acaso revele
una suprema desdicha pero que no puede ejercer atracción. Su capricho llega a
la extravagancia. Muchas de sus opiniones formuladas aquí y allá sobre las
gentes y el paisaje de este país son ridículos. Cierta desesperada honradez que
vibra en su confesión no le absuelve de pecados de diabólica astucia. Es un
anormal. No es un caballero.´´ (p. 11)
En dicho prologo Nabokov
encarna a John Ray, hombre de letras a quien le hacen llegar el manuscrito de
un reo que prefiere mantenerse en el anonimato bajo el seudónimo de Humbert
Humbert. El manuscrito se tituló Lolita. Confesiones de un viudo de raza
blanca. El nombre de Humbert es una máscara tras la cual se oculta un
intelectual europeo que al azar vive en América donde conoce y es víctima de la
pasión por una niña de doce años. Un encuentro del viejo mundo y el nuevo, una
cultura libre y en ascenso frente a una cultura decadente, envejecida, plagada
de errores y falsas ilusiones, cargada de estigmas y crímenes, así como de
esperanzas y genialidades. El personaje de Nabokov es un desarraigado, un
hombre que huye del pasado de una Europa en la que él mismo es una sombra de
sus propias posibilidades, arrastrando consigo el mal de la nínfula, esa manía
por iniciar y gozar a las mujeres núbiles. Un primer apunte de especulación
sicológica en torno a este antihéroe, este anormal de la novela de amor, yace
precisamente en esa confusión de espacios, en ese juego de espejos que se
vuelven los exilios para los solitarios que se hunden en la tristeza y en las
exacerbaciones de la sensualidad; el desarraigo es un patrón recurrente entre
los hombres culpables.
En la construcción de su
personaje Nabokov utiliza a veces la tercera persona: ´´Annabel era, como el narrador, de origen híbrido:
medio inglesa, medio holandesa´´ Pero cae nuevamente en la primera persona; en
lugar de continuar con esa distancia, sigue después: ´´Hoy recuerdo sus rasgos
con nitidez…´´
En el mismo párrafo, Nabokov
se mete a explicar una teoría subjetiva sobre las clases de memoria visual y
utiliza el plural científico: ´´Nosotros recreamos diestramente una imagen…en
el laboratorio de nuestra mente… evocamos instantáneamente…´´ para luego
sumergirse en su confesionalismo intimista, en su fruición nostálgica, poniendo
entre paréntesis el tácito y anónimo, el enmascarado Humbert Humbert, ´´(y así
veo a lolita)´´.
Es éste confesionalismo
intimista el que le da ese aire de confianza al lector del libro, que se
desliza ante revelaciones extraordinarias de cómo puede llegar a ser abyecto un
hombre al tratar de seguir sus bajas pasiones. El retrato sorprendente que se
obtiene gracias a la construcción de estos rasgos, aparece sin disimulo, entre
los alegatos difusos y estéticos a favor de la afición pervertida del personaje
por ciertas menores de edad: ´´El lector que ya me conoce…imaginará con
facilidad como me cubría de polvo y me acaloraba al tratar de obtener un
vislumbre de nínfulas (siempre remotas, ay) jugando en Central Park…´´ (p. 36)
Nabokov intenta que el
protagonista, el personaje narrador, entable un diálogo y una empatía con el
lector. Y se esfuerza en toda la obra por rodear su búsqueda abusiva de la
mujer iniciática de una atracción y una gracia, de una candidez, que hacen
olvidar la motivación de toda la obra, su angustia culposa, por maltratar la
infancia de Lolita, y su sed de venganza por el que se la arrebata de las
manos.
Cuando el personaje realiza
su transgresión y se siente dominado por la pasajera dicha dice así: ´´ Ingrese
en el nivel de existencia donde nada importaba, salvo la infusión de goce que
fermentaba en mi cuerpo.´´ (p. 59)
Esto dista de la renuncia y
la pureza del amor romántico tal y como se da en sus versiones más edulcoradas.
La conducta de Humbert Humbert, es en sí misma la renuncia de toda pureza, bajo
la cual emerge agitada la lascivia egoísta.
Lo que no comprende Humbert
es que su satisfacción es de un solo lado, que no puede suscitar la dicha en la
persona que es objeto de sus deseos, vale decir, la niña mala, Lolita. Un amor
puro hubiera logrado con respeto y castidad, una relación constructiva y
creativa con ella. Esto es precisamente lo que repugna en el acercamiento entre
un adulto y una púber: que si bien está apta físicamente para procrear, no lo
es psicológicamente para mantener lazos estables de dependencia emocional con cualquiera,
aun fuera una persona de su misma edad, pues lo conveniente, desde un punto de
vista de crecimiento social, es que de la tutela de sus padres, debe seguir un
período de libertad en que la mujer se desarrolle material y espiritualmente,
así como deben madurar su capacidad de convivencia y de elección, como se dice
en la jerga de los programas pedagógicos,, debe ´´construir su autonomía´´;
vale decir que a pesar del consentimiento inicial de Lolita, que obviamente
creía estar jugando , cuando realmente estaba creciendo, Nabokov se las arregla
para insertar en su novela un caso moralizante donde la intromisión
voluntarista de un adulto sin escrúpulos, resulta en perjuicio de la niña, un
obvio abuso, una manipulación con ventaja, una mala forma de arruinar la vida
de alguien que todavía no ha vivido, de aprovecharse de la inocencia.
Hay una distancia que ya se
ha puesto de manifiesto entre Nabokov y su antihéroe. Sin embargo ello no
impide que el personaje narrado construya una defensa de su propia imagen ante
su vindicta confesional, El personaje dice: ´´ ¡No somos demonios
sexuales!...somos caballeros, tristes, suaves, con ojos de perro, lo
suficientemente integrados como para controlar nuestra ansiedad en presencia de
adultos, pero dispuestos a dar años y años de vida por una sola oportunidad de
tocar una nínfula.´´ (p. 84)
El narrador usa nuevamente
el plural ´´Nosotros´´ para incluirse entre los cófrades de la pedofilia más
desencarnada. A su vez, Nabokov aprovecha para proponer su teoría de los rasgos
síquicos del abusador.
Para Nabokov, Humbert el transgresor, ha construido en su deseo por
Lolita, una idea de que la niña, que exhalaba el mal nínfeo por cada poro,
´´estaba predestinada para su secreto goce´´ (p.117) Era para un hombre maduro,
un juguete lascivo. En un rapto de egoísmo y posesión maníaca, Nabokov, hace
decir a Humbert: ´´Lolita era mía´´. En el mismo párrafo señala que el goce de tal posesión es letal y que
solamente les traerá a ambos horror y dolor (p.117)
Humbert se vuelve a
preguntar, haciendo conjeturas, si él es el fiel sabueso de la naturaleza, pues
su conciencia pequeño burguesa lo atormenta diciéndole que su apetito sexual
por Lolita es monstruoso. Ya hemos adelantado antes en qué consiste esta monstruosidad,
este delito.
El respeto que le debe el
adulto a los niños debe nacer de la conciencia de su poder sobre ellos. Humbert
llama en otro lugar de la obra a Lolita: ´´niña esclava´´ dándonos una idea de
la configuración de este poder cuando transgrede los límites del afecto
paternal y se vuelve un deseo erótico. Este lenguaje emparenta a Humbert con
los sádicos, y es que el carácter pedofilico es un recubrimiento y una
recreación del carácter sádico, pues en la situación de relación con niños, el adulto impone sus condiciones.
Lolita se convierte en el
transcurso de la novela en la propiedad de su padrastro, en la vagabunda niña
esclava, errante y desarraigada, clandestina, que vive maritalmente con un
adulto. El egoísmo y el carácter de posesión privada de un ser humano llegan aquí
a su punto máximo. El mismo Humbert Humber es un personaje muy narcisista que
se la pasa en varios pasajes alabando su físico y lo apuesto que es para las
mujeres. Lo ajeno, se torna en la situación de clandestinidad, en esos extraños que pululan en los hoteles
repletos de filisteos americanos, esos fantasmas que en cualquier momento
pueden levantar su dedo acusador y acabar con la farsa, los entrometidos,. Pero
en el caso de Lolita el signo de los entrometidos es contrario, no vienen a
liberar a la niña si no a arrebatársela a su malhadado progenitor para
prostituirla lejos de él. La pesadilla de Humbert de perder a su amada lolita
se hace realidad y la obra adquiere los tonos de una tragicomedia, nace el
burlador burlado y la sed de venganza.
Estos detalles hacen del antihéroe
de Nabokov un arquetipo de clase media vulgar, anclado en el devenir de la
búsqueda del tiempo perdido, un soñador enamorado como el de La muerte en
Venecia, otra novela que explora los lados oscuros del amor, un maniaco de las
visones y las caricias, un hombre que necesita gozar pero que es incapaz él
mismo de proporcionar el goce a otro ser humano. Hay un Honor de fauno que
empuja a Humbert a su venganza, el asesinato de crueldad refinada que va al
final del libro como corolario de la búsqueda del hombre que le arrebato a Lolita
hace de Humbert Humbert un ser humano cabal en medio de sus penurias y sus
anomalías, lo vuelven un vengador interesado, sí, un hombre con un honor de galán
deshonrado, con una vanidad maltrecha, desafortunado, con la vida perdida, que
comete un baño de sangre para lavar tantos errores, que pone fin a la comedia,
como dice él, matando al comediógrafo.
Con su muerte en prisión se
cierra la historia del pervertidor de Lolita, del padrastro incestuoso, del
fauno obsedido por su propio paraíso de belleza tierna. Lolita queda como un
documento que narra los extremos del amor imposible, aun en su concretización,
la llama tiene un fulgor débil, el goce secreto está condenado a ser efímero y
la ausencia, aniquiladora.