viernes, 17 de agosto de 2012

VIDA COTIDIANA DE LA MUJER INDÍGENA DE ETEN A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX


1)      Contexto de la cotidianidad en las provincias del norte. (Chiclayo, Eten, Monsefú)


Para los años que vamos a tratar, la generación que nos interesa es la que se desarrolla desde los primeros años de la posguerra del Pacífico. La mujer indígena etenana desciende de los derrotados en la guerra y a la vez crece al amparo de las corrientes regeneradoras que dan en llamarse, para la época, reconstrucción nacional. Por esos tiempos el alemán Brunning hacía sus investigaciones en la región y las fotos que tomó en Eten son fechadas en 1907 y 1908. El Perú era gobernado en esos años por Augusto Bernardino Leguía, que era Lambayecano y que además de representar los intereses de los terratenientes de los valles del Zaña y del Chancay, y de su complejo agroindustrial, es famoso por abrir el Perú a los capitales norteamericanos.
Esta misma zona, nuestra provincia de Chiclayo, visitada unos años antes de los que hablamos por Middendorf, es descrita por él como una zona casi salvaje, dónde los habitantes andan descalzos, carecen de muebles, usando las esteras para dormir y sentarse, consumiendo regularmente chicha, tabaco y caña, curándose con hierbas medicinales. ¿Cómo se puede caracterizar históricamente la cotidianidad de la mujer indígena en estas circunstancias? Lo que Middendorf no alcanza a indicar (y es uno de los primeros hechos que vamos a resaltar) es que la modernidad no se ha difundido a gran escala en la zona y para la época en que estamos considerándola. Cerca de la gran agroindustria, a sólo unos kilómetros, coexistía una agricultura de pequeña propiedad, familiar, de los que poseían casas en Monsefú y Eten. Middendorf deja leer entre líneas lo contrastable y divergente que es para él la conformidad con su situación y la falta de necesidades, exceptuando las cosas que ya han sido mencionadas (chicha, caña, tabaco, hierbas medicinales, ropa sencilla de algodón), con su mentalidad de europeo que es más progresista y volcada al futuro y a la realización material por el trabajo. Esa misma pasividad que por todos lados encuentra, el afán jaranero, es el producto de un cruce de sentimientos, pasiones, ideas, ideologías, que nosotros podríamos calificar de producto del mestizaje, la colonia y la república. La provincia de Chiclayo y Eten en particular muestran para la época una modernidad difusa, un aferrarse a la tradición y a modos anteriores de hacer y pensar, que sin embargo coexisten con la fuerza avasalladora del nuevo siglo XX.
La mujer, considerada desde el punto de vista de la vida cotidiana, se nos revela como heterogénea. Ella es madre, esposa, trabajadora, sujeto de dominio, es decir, desempeñando un rol sojuzgado, precisamente en cuanto trabajadora, esposa e indígena, y el maltrato de que es víctima llega hasta lo físico (por parte del marido), pero también es fiestera, bailarina, enamoradora, conversadora, pasea por las calles, el campo, y además es una devota. Así también podemos observar un orden de jerarquía presente en la vida cotidiana de las mujeres que como sujetos de dominación están envueltas y subordinadas a Dios, el esposo, el padre, si son niñas o solteras, la familia, el patrón, etc. Otro hecho importante es que para esta época la tensión sobre las habilidades y facultades de las mujeres era relativamente menor que lo es para épocas más recientes. Quiere decir que para la mujer de Eten era relativamente más sencillo en esos años, adquirir una maduración que le permitiese desenvolverse cotidianamente en su sociedad.
Esto también significa que la mujer etenana, a pesar de la heterogeneidad de sus roles, no alcanza un grado de individualidad que lo convierta en sujeto de las libertades expresadas por la modernidad. Los ideales de nación, república, democracia, cuando aún no se cumplían 100 años de la independencia, eran ideales que no se habían difundido entre la población indígena, postrada con muchas menos oportunidades para tentar otro estilo de vida y otro status social. La única vía que tiene en este caso, para la época y todavía en nuestros días, es la migración, el salir de la comunidad de origen. Y es el carácter de población móvil, junto a las causas netamente económicas, lo que hace de estos pueblos del norte, una comunidad siempre a punto de la disgregación, receptora de una modernidad incipiente, y sumidos en el estancamiento. Importante es además, la condición periférica de estos pueblos, con relación a un polo de desarrollo como es la capital de la provincia, Chiclayo, lugar al que se incorporan fuertes contingentes de los alrededores y con quienes intercambian productos y realizan alianzas familiares por matrimonio.
En esta situación, la espontaneidad, elemento consustancial en la estructura de la vida cotidiana de los pueblos, se vería seriamente limitada por la repetición de los aprendizajes y de los roles, en el mundo cerrado de la comunidad. Pero vemos que no hay tal mundo. La migración, el intercambio con los viajeros y visitantes, la moralidad, muy ligada al adoctrinamiento de la religión católica, eleva la tensión entre lo particular y lo específico, de la que resulta la espontaneidad. Para la época, se estarían experimentando cambios que afectarían el modo de vida tradicional de las mujeres de Eten, las que van perdiendo el antiguo idioma moche y hablan el castellano, con todas las innovaciones y experimentos que ello trae consigo. La mujer, encuentra más formas y estilos, modos de hacer y pensar, para ser imitados, que van a ser importantes en un primer proceso de individuación que vaya dejando de lado los roles tradicionales.

2)      Indumentaria y peinados de las mujeres.

Middendorf se detiene un poco en sus Observaciones, en el aspecto del atuendo. Hasta en esto se nota como prima lo específico sobre lo particular, la usanza tradicional, en desmedro de la moda, como se puede ver hasta ahora, en algunas mujeres de la zona. Para la época, el viajero alemán nos relata que las mujeres, jóvenes y adultas, se adornaban el cabello con flores frescas y trenzas. Usaban vestidos de color azul o negro, llamado capuz, el cual tiene una pretina en la cintura y es recogido en los hombros, dejando los brazos descubiertos. Para las fiestas populares, como la celebración del niño del milagro, descrita por Mejía Baca, usan las mujeres acomodadas, mantas de seda, medallones de oro colgados del cuello, aretes grandes, algunas con botas negras de charol, todo lo cual no significa que el atuendo sea un dechado de pulcritud.
La importancia del atuendo en la mujer revela criterios de uniformidad y conservadurismo en la comunidad. Las prendas de vestir tenían poca relación con la moda imperante, belle epoque, y con el nuevo rol de la mujer que se hallaba en las sociedades modernas en una posición cada vez más independiente. Es necesario señalar que el engalanamiento del cabello con flores, dan una nota de sensualidad que ayudaría a los flirteos, cosa muy importante para mujeres que eran educadas en los valores de la maternidad y la fecundidad, y para las cuales el matrimonio sería el fin a alcanzar para realizarse como mujeres.
   



3)      El trabajo de la mujer.

Muchas mujeres de Eten desempeñaban el oficio de tejedoras de sombreros y cigarreras. Eran mujeres de todas las edades y su materia prima era la palma de Macora y el junco de agua. Los sombreros podían ser modas, grandes y chicos, finos o corrientes, de copa alta y falda corta, cuadrados, cuatro treces, rayados, calagualles, guambritos, chilenos y machitos. La mencionada variedad deja ver que las mujeres estaban especializadas en muchos tipos de tejidos, tal y como lo testimonian Paredes y León Barandiaran en A golpe de arpa (Paredes, Rómulo, p. 297, 1935)
Otro trabajo de la mujer era atender la casa. Acarrear agua desde el río, lavar la ropa, prender el fogón de leña y preparar los alimentos. La crianza de los niños se hacía simultáneamente a todas estas labores, todo ello atestiguado por las fotografías de Enrique Brunning. Eten poseía un mercado en el que comercializar sus productos, que iban desde la chicha, los tejidos de paja, hasta los artículos de pan llevar. Todo ello indica que las mujeres, esposas de pescadores y agricultores, generalmente, eran parte fundamental de la economía del hogar y no solamente regaladas compañeras sentimentales. Esto traería como consecuencia cierto grado de expectativa de la mujer por superar su condición, así como un reforzamiento de su independencia, esencial al asumir un rol productivo.  

4)      La religiosidad femenina.

La religiosidad en Eten está muy ligada a los aspectos folklóricos y a la celebración de las fiestas. En A golpe de arpa, (o. c. p. 297) se describe a las cholas que acuden a la procesión del niño del milagro con sus hijos a cuestas, sostenidos por una manta tejida, igualmente a las niñas con sus hermanitos en la espalda, dando una muestra de cómo los pobladores se inician desde temprano en la devoción y el fervor. Paredes y León Barandiaran nos dicen que las mujeres son más asiduas concurrentes a los servicios y asistencias religiosas que los hombres, aún cuando su estado es de gravidez. Todas ellas portan alhajas y adornos para la ocasión. Es necesario decir, que la participación en las fiestas es un elemento del prestigio y la competencia por aportar mejor a la realización de las tradiciones comunitarias. El culto a los muertos y el luto, son también parte de los comportamientos tradicionales de las mujeres de la comunidad. Cuando una mujer pierde a un ser querido, lleva el cabello suelto en señal de dolor, llora junto a los parientes y amigos rememorando los dichos y las genialidades del occiso ante el cadáver; muestran su profundo dolor derramando lágrimas, sollozando, desvaneciéndose. Cuando se llevan el cadáver, sin embargo, cambian de actitud y se tranquilizan.
Los aspectos sincréticos de la religiosidad etenana para la época han sido poco o nada estudiados, pero la pervivencia de la fiesta religiosa y los lutos, misas y rezos, nos dan una ligera impresión de continuidad de los rituales propios de los ciclos agrarios y cosmogónicos de los antiguos.

5)      Rol de la mujer casada. Violencia conyugal.

El principal rol que desempeña la mujer en la época de la que hablamos es el de esposa y madre. Al parecer, es a partir del rol de esposa, mujer casada, que se distribuyen sus otras tareas y la carga laboral de hogares que muchas veces hacen las veces de pequeños centros productivos. La mujer casada nos dicen en A golpe de arpa (Paredes y León Barandiaran, pp. 297 y ss., 1935) cría muchos niños, carga el agua, acarrea leña, arrea el piajeno cargado de pan llevar, pastorea las cabras, cocina, lava, sirve, y muchas veces todo esto en estado de gravidez, sumando un hijo más a sus múltiples cargas. Un detalle que muchas feministas verían ácidamente hoy es que cuando el marido va por la calle montado en el burro, la mujer lo va arreando a pie, mientras lleva las crías, una de la mano, otra a la espalda y una en el vientre. Y es que estos detalles nos hablan de un machismo que se desprende del mismo tipo de relación secular de género, establecido con el advenimiento de las instituciones patriarcales. Algunas mujeres como es el caso de las estériles, sufren abusos de parte de sus maridos, frente a los cuales ella trabaja redobladamente en el hogar, prepara la chicha, labra la cera, cocina, lava, cose la ropa, baila y se emborracha en las jaranas. Es decir la violencia es respondida con un celo mayor por satisfacer al desafortunado esposo que no tiene una mujer que lo bendiga con descendencia. Paredes y Barandiaran dan a entender que la mujer necesita del marido a su lado para sentirse segura de su posición. Es algo natural y por eso, se señala a continuación que si el marido enferma o va preso, la mujer dará muchas muestras de sufrimiento, buscándolo en el hospital o la cárcel. En realidad por hacer una estampa, más que una crónica, Paredes y León Barandiaran hablan en genérico y abstracto de una variedad que tampoco es bueno soslayar cuando se estudia la vida cotidiana. Si hay un consumo exacerbado del alcohol y la chicha, dado el nivel ético de los individuos que nos interesan, y tensiones familiares como las que puede provocar un caso de esterilidad, o una esposa demasiado coqueta, etc., el abuso de la mujer puede llegar a existir como una situación promedio. De cierto modo los autores de A golpe de arpa nos hablan de que los matrimonios comúnmente son el resultado de un embarazo por atentado o estupro (Paredes, p.299, 1935). El matrimonio como se ve en muchos casos no es siquiera fruto del amor sino una solución de compromiso. Esto nos habla de un pudor muy fuerte y hasta de una moral reprimida en cuanto a la sexualidad. Para principios de siglo, el tema era sensible en muchos ámbitos y podemos considerar que en la cotidianidad de Eten, no había libertad y conocimiento, ni refinamiento alguno, en los lances amorosos, primaba la ignorancia, las emociones rebuscadas, la incomprensión y todo terminaba siendo encauzado por la senda del bien gracias a la intervención del cura del pueblo, quien se encargaba de auscultar a las mujeres que salían en cinta. La regla para entablar relaciones era entonces la informalidad.

6)      Desgracias y supersticiones de la mujer.

La mayor desgracia de la mujer en Eten a principios de siglo era enviudar. Esto significaba que la mujer debía ver desde ese momento por la casa, los hijos y ya no tendría un hombre solidario en el quehacer. El temor a las situaciones desgraciadas, y por lo tanto al futuro, el cuál esta fuera de todo cálculo, constituyendo el reino del azar, hace que la mujer se aferre a los rezagos de mentalidad mágica, en una zona donde la modernidad comienza a manifestar sus ventajas. Una de las soluciones que aporta la mentalidad mágica a la cotidianidad es la visión de un orden cerrado donde no interviene el azar sino que todo se halla previamente anunciado o prescrito por una voluntad superior que podemos atraer a nuestro favor. Si las mujeres poseían íntegramente un sistema mágico de creencias, en convivencia sincrética con el cristianismo, es algo que tampoco se ha investigado. Pero la construcción del muelle y ferrocarril de Eten llevaría un soplo de modernidad y cosmopolitismo, cuya fuerza fragmentaría el núcleo de las creencias tradicionales. Paredes y León sólo alcanzan a mencionar que son comunes los augurios y las creencias en almas de difuntos que vagan y apariciones. Por supuesto, para toda la zona se registra la creencia en el daño, la buena fortuna, el florecimiento, todo lo cual puede ser realizado por mecanismos mágicos.